domingo, 20 de junio de 2010
Recordando viejas columnas
Las marchantas y los días (2008),
Por WEILDLER GUERRA CURVELO
El horizonte de las marchantas se extiende desde África a América Latina y en el Caribe de República Dominicana a México y Panamá. En Santiago de los Caballeros tienen incluso su propia plaza y monumento. Los habitantes de la Bogotá colonial y republicana las consideraban iconos de la ciudad. En Riohacha las marchantas wayuu están ligadas indisolublemente a las mañanas. Durante más de cuatro siglos ellas han llegado con la puntualidad del sol a los hogares criollos proveyéndoles de alimentos y calor humano.
Las marchantas evocan nuestra infancia. Los ojos de un niño que se extasían viendo la minuciosa ritualidad con que la parda cuchara de calabazo corta con maestría una geométrica porción de leche cuajada. Cada una de estas mujeres itinerantes parece tener un circuito propio en la ciudad, un contrato intercultural tácito que une a su ranchería con ciertas calles y hogares. Josefa viene de Pancho, a orillas del Río Ranchería, con su voz altisonante trae diversas frutas silvestres. Enilda vende petroleo, tiene un carácter suave e indagador. Sara, la más experimentada, viene de la vía que conduce de Riohacha a Maicao trae cerezas y camarones. Cuando llega el verano y se le pregunta porque no trae mas cerezas responde con una metáfora amazónica: "aun esta verde la casa de ellas" .
Las hay también sedentarias que ocupan por años un puesto en el viejo o en el nuevo mercado. Un puesto es solo un lugar en la calle bajo un árbol de almendro o un techo en donde escasamente caben sus posaderas y el recipiente en el que se apiñan los huevos criollos, los impávidos conejos o los coloridos pescados.
Quizás, sus inicios en Riohacha se dieron a principios del siglo XVII con la expansión del ganado entre la población indígena y la carencia de una base agrícola que abasteciese a este centro urbano. Aun en medio de las cruentas guerras hispano guajiras esta dependencia mutua les hacia retornar a la paz. En una ciudad que no tiene fincas y campesinos en sus cercanías las marchantas que vienen de las zonas de pastoreo proveen de carnes, frutas, quesos, leche y granos a la ciudad; las del litoral llevan camarones, pescados frescos y secos así como bivalvos marinos. Otras, cuyo número disminuye, venden carbón o petróleo. Un día, casi de manera imperceptible, la mujer madura que por décadas ha aprovisionado nuestro hogar ya no regresa y es sustituida por su hija o su sobrina. Una generación reemplaza a otra en ciclos biológicos implacables y silenciosos.
Ellas conversan matinalmente con las amas de casa . Un día, en mi presencia, una de ellas descubre una sombra de preocupación en el rostro de su cliente y le aconseja con la solidaridad de quien no padece la presión occidental del tiempo: "No te preocupes, los días, solo son días, ellos simplemente van y vienen, uno tras otro" La llana filosofía de una mujer sencilla trae consuelo a la mujer que la escucha.
Años después llega a mis manos un libro del poeta inglés Philip Larkin (1922 – 1985) que trae un poema titulado Días:
¿Para que son los días?
Los días son el lugar donde vivimos.
Se acercan, nos despiertan
una vez y otra vez.
Son para ser felices…
¿En donde vivir sino en los días?
Larkin es considerado un poeta magistral y su obra, ampliamente popular, supo sintetizar los aportes de la mejor tradición de la poesía inglesa con los descubrimientos y magias de la vanguardia. Su obra según Derek Walcott es " la voz de la medianía, la vida que llevamos la mayoría de los mortales, por no decir todos, salvo las estrellas de cine y los dictadores". Las marchantas no conocen su obra y Larkin acaso jamás oyó mencionar el territorio guajiro. Sin embargo, ambos construyeron sus respectivos universos estéticos y laborales basados en una valoración de la cotidianidad. Si tuviese que pensar en el tipo de funcionarios que desearía para mi región me inspiraría en las marchantas Wayuu: una comunidad modesta, paciente y experimentada de individuos que sirven puntualmente a las demás seres humanos de manera eficiente e impersonal.
El inglés gozó de un reconocimiento universal, en contraste, las marchantas aun no son visibles para los habitantes de mi ciudad. Ellas no hacen nada importante, solo mantienen funcionando el mundo
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